La fe que nos acompaña desde la entrada de nuestro colegio

Hay lugares que no solo se recuerdan, sino que se sienten. Nuestro colegio es uno de ellos. Un rincón lleno de vida, de historias compartidas, de voces que cantan, rezan y ríen, y donde la fe no es algo puntual, sino el hilo que lo teje todo. Aquí, la fe no es una asignatura más, ni algo que se viva solo en momentos especiales. La fe es el corazón que late cada día, desde que cruzamos la puerta.
Al llegar cada mañana, nos espera el Sagrado Corazón. Su presencia serena y firme nos recuerda que no caminamos solos, que hay una mirada que nos acompaña y nos acoge. Y al fondo, nuestra iglesia, iluminada por la Virgen de la Paz. Ella nos ve crecer desde los tres añitos. Nos recibe con los brazos abiertos cuando damos nuestros primeros pasos en el cole y sigue ahí, firme y dulce, en cada etapa de nuestra vida.
Las hermanas que forman parte de nuestro colegio son el mejor ejemplo de fe viva. Son, sin duda, el reflejo de María. En ellas vemos su “sí” diario a Dios: en su entrega silenciosa, en su ternura, en su mirada llena de paciencia, en su capacidad infinita de escuchar, de cuidar, de estar. Ellas no solo enseñan, sino que acompañan, y lo hacen desde el amor, desde la sencillez y desde una profunda conexión con Dios.
En nuestro cole, Dios es el centro. No entendemos otra forma de hacer las cosas. Está presente en el juego, en la risa y en las canciones que cantamos con ilusión. Está en el acompañamiento a quienes más lo necesitan, en la entrega sin medida, en los gestos pequeños que nacen del amor. Educar aquí no es solo enseñar contenidos, es sembrar valores, fe y esperanza en cada niño.
Las familias también son parte esencial de este camino. Compartimos con ellas momentos de oración, celebraciones, Godly Play, eucaristías… pero también el día a día. Caminamos juntos, construimos comunidad, nos apoyamos y celebramos lo importante. Sabemos que cuando familia y escuela se unen desde la fe, se construyen raíces profundas en los corazones de los más pequeños.
De alumna a maestra
Y si hay algo que me emociona profundamente, es poder hablar de este lugar no solo como maestra, sino también como antigua alumna. Este colegio no es solo mi trabajo, es parte de mi historia, de mi vida. Aquí aprendí a rezar, a confiar, a querer a Dios. Aquí descubrí que la fe se vive, se respira, se comparte. Las hermanas, mis profesores, mis compañeros… todos han dejado una huella imborrable en mí. Me guiaron con cariño por el camino de la fe, me enseñaron a mirar al otro con compasión, a buscar siempre el bien, a confiar en que Dios tiene un plan para cada uno de nosotros.
Ahora, cuando entro cada mañana por esa misma puerta, siento una gratitud inmensa. Hoy soy yo quien acompaña a esos pequeños pasos que comienzan. Y mi mayor deseo es poder transmitirles lo mismo que yo recibí: una fe viva, alegre, cercana. Confío en poder sembrar en cada uno de ellos una semillita, pequeña pero llena de esperanza, y en que, llegado el momento, Dios la hará florecer a su tiempo, como hizo con la mía.
Este colegio no solo forma alumnos, forma corazones. Y eso, sin duda, es el regalo más grande que podemos ofrecer.
Testimonio de Laura Domínguez, antigua alumna y actual profesora del centro.
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Etiqueta:antiguos alumnos, familia, fe, valores